APRIORISMOS

Quizá deberíamos estar contentos de que hasta los más recalcitrantes acepten al menos parte de la nueva realidad del vino catalán; pero no se nos escapa que, en algunos casos, el objetivo de abrazar ideas ajenas de manera tan gradual y con la boca pequeña no es otro que difuminar la autoría de las mismas entre un colectivo sin nombre, con la idea de no tener que reconocer ni agradecer nada nunca a nadie.

Una de las estrategias para este propósito está en cuestionar el trabajo ajeno lanzando sospechas de APRIORISMOS, en particular contra el método de cata y valoración de La Guia; entre los casos que he visto/oído/leído, voy a citar los más representativos de ciertas actitudes socavadas en sus afirmaciones, o bien de ciertas carencias en la base de análisis previo a la información que publican/exponen.

- El primer APRIORISMO deriva de manifestaciones recurrentes de Ramon Francàs, entre otros, relativas a la posibilidad de que las variedades no importan: importa la calidad del vino, nada más. Parece que la viña plantada en Catalunya es ciudadana catalana, vive y trabaja en Catalunya, y por tanto no importa si su nombre es de otro origen. Se justifica así que la viña es una liana viajera, para que todo sea bienvenido y para que los reglamentos de la mayoría de las DO catalanas tengan el mismo criterio de selección que un portero de discoteca; cuanto más cara sea la ropa que llevas, más fácil es que entres. Habiendo donde escoger, ¿por qué no hacerlo? Al fin y al cabo todo entró por Cádiz hace tres mil años, en la península ibérica no había viña, y por tanto no importa qué se plante sino el resultado que se obtenga.

El bucle se vuelve a cerrar, poniendo de manifiesto una pobreza argumental preocupante, ya que al fin y al cabo se supone que este hombre preside grupos de cata que se arrogan una importancia capital; se instala, sin embargo, en el consabido APRIORISMO de contenido exclusivamente hedonista que juzga siempre excelente cada vino que cata, en el caso de que tenga que comentarlo, por si acaso está el productor cerca, por si se le puede sacar algo, o por si alguien le pudiera informar. Y si no le gusta, no se comenta.

En este caso el APRIORISMO no es otro que el de siempre: de nuevo análisis cero, de nuevo escudándose en discusiones que convierten en bizantinas con términos inútiles, ideados de antemano para convertir el debate en estéril. De discutir si la viña es indígena, autóctona o endémica, si tal variedad vino en el siglo XIV de aquí o de allá, por arte de magia sale siempre la misma conclusión, es decir, ninguna. No hay tesis, ni antítesis, ni síntesis, ni siquiera hipótesis: no hay nada. En definitiva, lo que se buscaba de antemano, nada nuevo bajo el sol, y por tanto no hay cambio alguno en el horizonte: si la viña está en Catalunya el vino que produce es catalán, y todos tan contentos. Otro APRIORISMO, o quizá hasta dos o tres en el mismo.

En el fondo, sin embargo, se sabe a ciencia cierta de qué estamos hablando. No sólo el personaje citado, hay algunos más: todos saben a qué fondo varietal nos referimos cuando hablamos de variedades propias catalanas. No hace falta ser un experto para coincidir al menos en seis o siete, entre las que actualmente han quedado después de la desertización del patrimonio genético de la viña catalana. El que insista en la teoría de la liana viajera, de Cádiz y los fenicios, lo hace por interés, por hipocresía, y sobre todo mediante un APRIORISMO descarado.

- También Jaume Aiguadé en su blog Vins de Catalunya afirmaba hace un tiempo que la Guia de Vins de Catalunya penaliza las variedades foráneas en el cómputo final. Penalizar no sé si es la palabra; digamos que un vino 100% variedad foránea no puede obtener un 10 según nuestro sistema, sino solamente un 9,80, como ya se ha dicho en este blog.

La razón, para nosotros, es evidente: entendemos que las variedades francesas más globalizadas, y en general todas las foráneas que se utilizan en el territorio catalán, parten en Catalunya de una posición de privilegio con respecto a las autóctonas, ya que no sólo gozan de reconocimiento internacional - razón por la cual han desplazado a las variedades tradicionales catalanas -, sino que también disponen casi siempre del apoyo de una denominación de origen: el único que tienen las variedades propias, al fin y al cabo, y que durante mucho tiempo incluso brilló por su ausencia.

En mi opinión, nuestro planteamiento propone un factor corrector de una situación manifiesta de desigualdad, de un APRIORISMO del statu quo que nadie saca a la luz excepto nuestro enfoque. En un paralelismo muy actual, sería algo parecido al propósito corrector de la inmersión  lingüística en Catalunya, pese a las polémicas que pueda generar.

Por otra parte, detrás de la afirmación de Aiguadé hay una premisa que es demasiado simplista; todos los vinos pueden ser buenos o malos, y por ello deben ser catados y puntuados con independencia de su variedad, sea o no ésta acorde con su origen. El hedonismo subyacente, como único motivo para producir uva, embotellar vino, comprarlo y consumirlo, ha sido siempre una razón no sólo escasa, sino además insuficiente para motivar al consumidor, tal y como demuestran año tras año las cifras de consumo. El APRIORISMO subyacente, además, es evidente: el vino sólo tiene que ser bueno, lo demás no importa.

Pero sobre todo creo que el segundo APRIORISMO implícito, el de la igualdad de todos los vinos ante una cata puntuada, hace sentir cómodos a la mayoría de los profesionales, que no soportan ninguna clase de debate ni tensión con los productores. Desde luego, hacer una guía obliga a afrontar ciertos planteamientos de igualdad alternativos, más profundos, que requieren mucha más reflexión y análisis que el acostumbrado en este sector.

  

Demasiados APRIORISMOS que tienen un denominador común: intentar empequeñecer el trabajo ajeno. La razón íntima, en el último caso, la dejo a juicio del lector, aunque para mí es evidente, siempre está ahí cuando la víscera se deja ver demasiado.