Lectors

domingo, 31 de agosto de 2014

Demandas

     “- Le dije a mi esposa, “cómprate todos los electrodomésticos que te dé la gana, pero no me vengas a mí cuando se te estropeen, ¿entendido?” Y el viernes pasado, llego a casa, ¿y qué me encuentro? “Qué pasa, ¿es una película de terror?” Ahí está la nueva lavadora, y todo el suelo hecho un asco porque el cacharro ha soltado litros de una asquerosa pasta negra. “¿Corre a llamar por teléfono!”, dice ella. E insiste, “arréglalo tú”. ¿Sabéis qué hice?
- ¿Qué hiciste?
- Les demandé. Telefoneé a Curtis & Curtis, encontré a Benson en su casa. Al cabo de diez minutos, entré otra vez en la cocina y ya estaba un paquistaní tendido de espaldas en el suelo, metiéndole la lengua a la lavadora por no sé qué tubos. Nada de factura. Nada de mierdas. ¿No te parece brillante? Ahora lo hago siempre así. El otro día. Llevo el coche a revisión. Cuatrocientas libras. ¿Sabes qué hice?
- Les demandaste.
- Les demandé. Exacto. “¿Cómo prefiere pagar, señor?”, me preguntó el tipo. “¿Metálico, cheque tarjeta de crédito?” “Yo no pago. El que va a pagar es usted. Porque voy a demandarle, amigo”. En cuanto dices eso se quedan pálidos. Todos. Terminé pagando treinta y seis libras. La semana pasada demandé al inspector de hacienda.
- Divino…”

Martin Amis, Dinero. 1981

viernes, 29 de agosto de 2014

Razzia


No hay peor guerra que la de guerrillas. La presuntuosidad histórica de este país sitúa su invención en la guerra contra Napoleón, pero la verdad es que ha existido siempre. Si las guerras modernas se la han cargado, al menos ha quedado el método para otras disciplinas: nocturnidad, camuflaje, efecto sorpresa, efectividad y resultado.

Los ejércitos grandes siempre proponen lo mismo. El mismo discurso, la misma propuesta, año tras año la misma rutina. Cambian las armas, cambian los mandos, pero la historia es siempre la misma. Los ejércitos no sólo son aburridos, sino que son improductivos. Abortan la creatividad, o lo intentan. Obligan a poco menos que sobrevivir, quizá con la idea de que la asfixia ahogue la invención; su ayuda es impagable, pero sobre todo porque no hay nada que pagar ni agradecer. Y al año siguiente otra vez el mismo discurso.

Decididamente, de haber tenido que ser militar, me habría pegado un tiro en cualquier esquina.

Las guerrillas son diferentes. Antes me gustaba más, pero aún prefiero su estilo de vida salvaje, sobre la cuerda floja siempre, salvándose del desastre en el último momento, y siempre a lo grande y sorprendiendo a propios y extraños. Las guerrillas trabajan sobre el terreno, se reinventan, crean experiencia y conocimiento, y luchan contra los grandes ejércitos en razzias estratégicas que los dejan en KO técnico durante un tiempo.

Se trabaja mejor en la guerrilla. Es menos llevadera porque no tienes un sueldo cada mes, pero al menos siempre tienes una historia diferente que explicar cada día.

En Catalunya, en el vino, tenemos un ejército que está perdido en su deuda con los productores, para los cuales diseña un mensaje único hacia el consumidor, un mensaje que los tenga contentos a todos: “no importa qué vino catalán escojáis, todos son buenos”. Treinta años con lo mismo. 

Es evidente que no se puede proponer lo mismo, exactamente lo mismo, sin cambiar un solo punto ni una sola coma, durante más de treinta años. Y lo que es peor, durante estos últimos 30 años, en los que el mundo entero se ha trastocado seis veces al menos. A cada cambio de general, la certeza, de nuevo, de que va a ser otra vez más de lo mismo.

Se puede decir que este post es una razzia: pero como todas las anteriores, no tiene la intención de criticar ni de denunciar, sino la de llamar la atención sobre un contenido obsoleto que no capta en absoluto la atención de ningún consumidor. Un contenido opuesto al marketing más básico, ya que persigue no tener problemas con quien vende antes que convencer al comprador de las virtudes del producto. No se entiende, la verdad, y menos con dinero público.

Al vino, después de un montón de años de un mensaje imposible de creer, los nuevos consumidores deben llegar estimulados por otros contenidos, no por la promoción indiscriminada, la sonrisa profidén, o el peloteo a pie de viña a un público engañado que olvidará en una semana todo lo que le han dicho a cambio de unos pocos euros.

Hay que conseguir que los nuevos consumidores piensen en su implicación en un circuito que les necesita. Un circuito cuya finalidad no es otra que implantar las estructuras necesarias para que un criterio de largo plazo se convierta en una seña de identidad y en un argumento comercial permanente, todo a la vez. Igual que pasa en otras zonas vinícolas. Y para ello, lo primero, quizá sea disculparse por haber tratado a los clientes en el pasado, y por tratarles en el presente, como si fueran analfabetos sensoriales.

Nosotros hace tiempo que lo hemos hecho, pero para algunas cosas siempre nos quedamos bastante solos.

sábado, 9 de agosto de 2014

HABLAR CON LA BOCA LLENA

Me decían de pequeño que es de mala educación hablar con la boca llena. Que hay que esperar a tragar, para decir cualquier cosa.

A menudo ocurre lo mismo con algunos artículos, resultan inoportunos por lo previsibles que son, por poco o nada concretos, por estar cargados de tópicos que se han convertido en un recurso fácil para que la audiencia vea que cuando se quiere criticar algo, se critica, y que el autor tiene una opinión y un análisis bien fundado, eso sí, sobre temas que se vienen tratando con los mismos contenidos, de artículo en artículo, de autor en autor, desde hace diez años o más. Pero se toca el tema otra vez, con el mismo contenido, ¿por qué no? Total, me pagan quince euros por escribirlo, piensa quien lo escribe, no creo que espere nada de lo que no soy capaz, de todas maneras, de darle.

Hay quien se ha acomodado en este género tan confortable a la hora de escribir. Hace tiempo oí un discurso que abría la puerta de lo que está pasando; el orador comenzaba diciendo que le habían pedido que se moderase a la hora de criticar, de hacer un balance del estado en que se encontraba el vino catalán. Y en efecto, habló de que todo estaba perfecto en el ámbito de la producción, pero que lo que faltaba era vender, vender, vender. La crítica fácil, la justa para quedar bien, la imprescindible para que todo el mundo piense que tiene criterio propio, pero que también es un animal político útil, capaz de guardar las distancias y de crear espacios en los que todos estaríamos de acuerdo y podríamos trabajar juntos.

En esta línea hay muchos que se mueven como peces en el agua, asintiendo cuando se afirma que hay problemas, pero argumentando que eso no debe empañar que hay cosas buenas en el horizonte. Y se apresuran a llenarse la boca con ellas para echar tierra de inmediato sobre cualquier discurso crítico, que por arte de magia queda tan ignorado como pospuesto. Pero no se entiende nada de lo que dice uno con la boca llena, aparte de lo feo que es hacerlo.

En esta línea, desde hace un tiempo, van apareciendo, uno tras otro, artículos más o menos legibles en las escasas zonas de pretendida “opinión libre” de algunos medios. Si quisiera ser como ellos, diría que sus autores tienen mucha más capacidad crítica de la que publican, porque cuando lo hacen se cortan no sé por qué clase de miedo. Una especie de vergüenza inconfesable les fuerza a exponer una realidad levemente desajustada, para acabar siempre con un final feliz: con ejemplos vivos de excepciones que evidencian que es posible hacerlo bien, con nombres y apellidos para no desaprovechar ni una sola ocasión de desmelenarse botando la pelota tanto como se pueda. 

Como ejemplo reciente, a estas alturas, hablar de que los restaurantes no tienen suficiente vino catalán no aporta nada, es un topicazo vulgar y sobado hasta la médula, es una fórmula conocida de compensación de un discurso constante de alabanzas, de panegíricos, de reverencias, de genuflexiones, de cultura del vino al uso. Lo peor es que quien se ha instalado en esta dinámica para los restos es previsible hasta la desesperación: acaba, por supuesto, llenándose la boca con los nombres de quienes lo hacen bien, incluyendo alguno, además, con quien comparte intereses.

Este estado intelectual casi catatónico de parte de la prensa del sector raya el insulto a la inteligencia, eso es lo más grave. Además, lo entierra en un mar de zalamerías mutuas que no permite ninguna clase de avance real en el debate, lo instala en la técnica de los matices constantes ante cualquier afirmación, que nacen con la intención de establecer excepciones que puedan servir de cortina de humo, de prórroga; argumentos que buscan amparo en una respuesta afirmativa contenida siempre dentro de la politesse estructural, argumentos que en esencia pretenden afirmar que las excepciones no confirman la norma sino que la desmienten.

Puede que con otro tipo de contenidos las estructuras comerciales actuales -incluida la prensa del vino- no sepan vender, pero quizá valdría la pena aprender cosas nuevas, en lugar de quedarse siempre atendiendo el corto plazo mediante la repetición infinita de técnicas demasiado conocidas.

domingo, 3 de agosto de 2014

Ser o no ser, estar o no estar

Hay idiomas que lo tienen bien delimitado. Son condiciones diferentes, que cuando se refieren a la esencia de algo, desde luego, hablan de tempos también diferentes.

Es difícil escribir sobre algo así hablando de vino. En los tiempos que corren, el mundo del vino se ha apuntado a la sensación, a la emoción, a un estado siempre efímero de placer. Manda la lengua, si el vino está bueno hay que gozar como una perra en celo, si no lo está hay que callar, guardar el secreto y la experiencia, esperar a la siguiente añada… O si hay un compromiso, se miente directamente con la verborrea que sea necesaria.

Emociones, sensaciones. ESTAR.

Eso siempre necesita recambio. Exige una propuesta nueva cada día, a cada cata, algo que estimule los sentidos para que el prescriptor pueda ser sincero desde un éxtasis controlado. La lengua se soltará sola si el vino ESTÁ bueno. Describirá su paso por boca con epítetos como “un abrigo de berros”, o su olor como “enaguas de monja recién almidonadas”. Se supone que son sensaciones otra vez: entendería lo de las enaguas de la monja si fuera un monje de aquellos que se colaba por los túneles entre los conventos, pero no en un catador de vinos. Lo del abrigo de berros me parece casi daliniano, onírico. Sublime.

Eso sólo pasa si el vino ESTÁ bueno.

Y cuándo sucede que un vino SÓLO ESTÁ bueno? Cuando no se puede hacer con él más que una nota de cata al uso. Cuando sólo se puede pasar el rato con él, cuando la sola idea del enólogo es hacer un vino que la gente beba sin pensar, solo por beberlo. Cuando es un Vino de autor, por ejemplo. Cuando hay demasiada alquimia, cocina… Llamadle cupaje. Cuando se mezcla la Loire, la Borgoña y el Rosellón en el mismo vino de Sauvignon Blanc, Chardonnay y Garnacha Blanca. Hay muchos vinos que deben ESTAR buenos. Hay muchos consumidores que no deben buscar ninguna otra clase de vinos que los que ESTÁN buenos. Y los vinos que ESTÁN buenos son imprescindibles, aunque sea solamente para sacar la uva común de la viña y venderla en forma de botella para cerrar el circuito. Son vinos importantes, los vinos que ESTÁN buenos.

No obstante, me llama la atención que profesionales muy reputados del vino no distingan en esa condición permanente o no de los vinos que catan. Los críticos más famosos sólo hablan de la calidad del vino, es decir, de si ESTÁN buenos o no. Les ponen unos cuantos descriptores en notas de cata crípticas y previsibles, y arreando. Las variedades no son importantes, lo importante es que los vinos ESTÉN buenos, dicen sin sonrojo alguno. 

Hay otras cualidades en los vinos. SON buenos cuando respetan la historia, cuando hablan del territorio tal como es, cuando contienen un discurso propio de largo plazo, cuando no anteponen la cuenta de explotación a cualquier resultado.

SON buenos cuando se detecta que el criterio del enólogo es respetar la viña y la añada, SON buenos cuando no son vinos de autor, SON buenos -sobre todo- cuando lo más importante no es que estén buenos.



Se nota enseguida cuando un vino ES bueno. Tanto como cuando sólo está bueno.