Lectors

viernes, 29 de agosto de 2014

Razzia


No hay peor guerra que la de guerrillas. La presuntuosidad histórica de este país sitúa su invención en la guerra contra Napoleón, pero la verdad es que ha existido siempre. Si las guerras modernas se la han cargado, al menos ha quedado el método para otras disciplinas: nocturnidad, camuflaje, efecto sorpresa, efectividad y resultado.

Los ejércitos grandes siempre proponen lo mismo. El mismo discurso, la misma propuesta, año tras año la misma rutina. Cambian las armas, cambian los mandos, pero la historia es siempre la misma. Los ejércitos no sólo son aburridos, sino que son improductivos. Abortan la creatividad, o lo intentan. Obligan a poco menos que sobrevivir, quizá con la idea de que la asfixia ahogue la invención; su ayuda es impagable, pero sobre todo porque no hay nada que pagar ni agradecer. Y al año siguiente otra vez el mismo discurso.

Decididamente, de haber tenido que ser militar, me habría pegado un tiro en cualquier esquina.

Las guerrillas son diferentes. Antes me gustaba más, pero aún prefiero su estilo de vida salvaje, sobre la cuerda floja siempre, salvándose del desastre en el último momento, y siempre a lo grande y sorprendiendo a propios y extraños. Las guerrillas trabajan sobre el terreno, se reinventan, crean experiencia y conocimiento, y luchan contra los grandes ejércitos en razzias estratégicas que los dejan en KO técnico durante un tiempo.

Se trabaja mejor en la guerrilla. Es menos llevadera porque no tienes un sueldo cada mes, pero al menos siempre tienes una historia diferente que explicar cada día.

En Catalunya, en el vino, tenemos un ejército que está perdido en su deuda con los productores, para los cuales diseña un mensaje único hacia el consumidor, un mensaje que los tenga contentos a todos: “no importa qué vino catalán escojáis, todos son buenos”. Treinta años con lo mismo. 

Es evidente que no se puede proponer lo mismo, exactamente lo mismo, sin cambiar un solo punto ni una sola coma, durante más de treinta años. Y lo que es peor, durante estos últimos 30 años, en los que el mundo entero se ha trastocado seis veces al menos. A cada cambio de general, la certeza, de nuevo, de que va a ser otra vez más de lo mismo.

Se puede decir que este post es una razzia: pero como todas las anteriores, no tiene la intención de criticar ni de denunciar, sino la de llamar la atención sobre un contenido obsoleto que no capta en absoluto la atención de ningún consumidor. Un contenido opuesto al marketing más básico, ya que persigue no tener problemas con quien vende antes que convencer al comprador de las virtudes del producto. No se entiende, la verdad, y menos con dinero público.

Al vino, después de un montón de años de un mensaje imposible de creer, los nuevos consumidores deben llegar estimulados por otros contenidos, no por la promoción indiscriminada, la sonrisa profidén, o el peloteo a pie de viña a un público engañado que olvidará en una semana todo lo que le han dicho a cambio de unos pocos euros.

Hay que conseguir que los nuevos consumidores piensen en su implicación en un circuito que les necesita. Un circuito cuya finalidad no es otra que implantar las estructuras necesarias para que un criterio de largo plazo se convierta en una seña de identidad y en un argumento comercial permanente, todo a la vez. Igual que pasa en otras zonas vinícolas. Y para ello, lo primero, quizá sea disculparse por haber tratado a los clientes en el pasado, y por tratarles en el presente, como si fueran analfabetos sensoriales.

Nosotros hace tiempo que lo hemos hecho, pero para algunas cosas siempre nos quedamos bastante solos.

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