Lectors

martes, 24 de junio de 2014

PRESCRIBIR

Cuando alguien no sabe de alguna materia y quiere conocerla, busca un prescriptor para que le ayude a conseguirlo. Básicamente ésta es la definición del trabajo que consiste en prescribir. 

A veces se convierte en un esperpento, como en Granujas de medio pelo, de Woody Allen, en donde Hugh Grant encarna a la perfección el papel de guaperas buscavidas a costa de una nueva rica garrula y patética.

De la existencia de tratos como el que la película retrata, el mundo del vino infiere que aunque el público no tenga esa percepción, necesita prescriptores que digan qué es bueno y qué no lo es, aunque sea mediante la sutileza de no mencionar nunca la segunda parte. Siempre sorprende, sin embargo, a qué están dispuestos algunos para convertirse en prescriptores.

Esa inferencia no es del todo correcta, ya que se postulan muchos más prescriptores de los que se necesitan. En realidad, no es difícil pensar que un prescriptor acepta siempre las normas del juego, y habla tan sólo de lo bueno. Al no mencionar lo que no le gusta, directamente ya lo desaconseja, pero sin ofender. Así el negocio es más duradero.

No sé si lo más importante de un trabajo de campo es prescribir. No tengo la seguridad de que sea así. Y me parece pretencioso y vulgar no aportar nada a más que la autoridad de un gusto concreto y personal o multitudinario a una nota, sin tener en cuenta factores objetivos que complementen la experiencia propia en el resultado.

En el hecho mismo de la prescripción, en el caso del  vino, hay una responsabilidad que normalmente no se entiende bien: no es con el bodeguero, sino con el público, con el producto y con el territorio que lo produce. Y si no se ejerce en este sentido, la verdad es que no tiene ningún interés.

A veces algún consumidor me dice que los gustos de éste o de aquél sommelier coinciden con los suyos. Y yo le contesto que si sólo escucha a su lengua se dejará muchas cosas por descubrir.

El mejor valor de un vino no es su gusto concreto, sino el respeto que contenga a todo lo que lo ha hecho posible, desde luego mucho antes de llegar a la transacción final: sólo se conseguirá un circuito estable y duradero cuando la venta deje de ser el único objetivo, cuando sea considerada como un medio para volver a empezar otra vez desde el principio.

El mejor valor de un vino es que haga pensar a quien lo consume, no que le provoque el éxtasis de los sentidos.

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