Lectors

jueves, 19 de junio de 2014

The show must go on


Debería escribir sobre vino catalán. Al menos se supone que ésa es mi especialidad. Pero como éste es mi blog y tengo carta blanca, iré pasando por el tema como haría un antiguo puerto de montaña, de esos que iban cosiendo con su trazada regular, horquilla a horquilla, la ladera hasta la cima y vuelta a empezar hasta abajo.

Todos los extremos son difíciles de entender. Más aún desde fuera, porque cuando uno está inmerso en una evolución racional, le parece normal que las conclusiones sean ésas que no pueden ser otras. El problema es cuando otro llega desde fuera e intenta comprender. Por supuesto, no lo consigue, y estigmatiza al consecuente como un radical sin un horizonte amplio, como intolerante y escéptico respecto al resto de desarrollos en el campo que toca.
Esto es así la mayoría de las veces. La más primaria de las reacciones, la más humana, es el escarnio del emisor antes de intentar comprender lo que propone: debe ser por eso que el silencio de un especialista ante una opinión ajena es interpretado siempre como la respuesta más política, pero no es ni por asomo una aprobación sino todo lo contrario.

Como especialistas, y como no somos políticos, nosotros no practicamos ese silencio. No creemos que se deba transigir con opiniones que no tienen fundamento suficiente. Si no lo tienen, deben ser contestadas desde el conocimiento, quizá para no confundir a la gente en un juego de espejos constante, es decir, en la pura especulación.
Hace ya tiempo, pues, que salimos periódicamente al paso de la tesis oficial en la parte especulativa de este sector, que dice lo siguiente:

- Todos los vinos catalanes deben estar producidos con uva cultivada en Catalunya.

- Todos los vinos catalanes han experimentado un aumento sensible de la calidad en los últimos diez años.

- Ergo todos los vinos catalanes, de cualquier variedad, son catalanes y son buenos.

Habría una conclusión ulterior a la del sofisma (es lo que es, de tan memo como es el enunciado ni se acerca al silogismo): si todos los vinos catalanes son catalanes con independencia de la variedad utilizada, y son buenos, hagamos promoción indiscriminada para que el público catalán los consuma. De esta manera tendremos contentos a los productores y mantendremos nuestros ingresos.

Una segunda versión de lo mismo es hablar solamente de lo bueno, y de malo no emitir ni una palabra. Lo que ocurre es que muy a menudo hay dinero de por medio en forma de espacios publicitarios, y los “profesionales” no suelen tener dudas en hacer letra redondilla para no dejar escapar la factura.

El defecto en cualquiera de estos dos planes está en que no se diseña una estrategia de comunicación pensando en los códigos que captará el consumidor, y por lo tanto se fracasa sistemáticamente en los resultados por la parte de la difusión. De hecho, lo que consiguen es que el consumidor medio piense esto:

"Otra vez con eso de la cultura del vino. ¡Si a mí el vino no me interesa! Los que se dedican son todos unos cursis, hablan raro, y de lo que dicen que notan, ni la décima parte: todo es una patraña... ¿hay una cerveza fría por ahí?"

No hay ninguna intención de poner remedio a esto: la razón es que para muchos se ha convertido en un medio de vida, mientras no aparezca otra oferta.

Los productores se resignan a que la gente no beba vino ni se interese por él, mientras leen el mensaje y lo aceptan: por supuesto, ellos no sabrían decir otra cosa, pero los profesionales de la comunicación sí deberían saber al menos cómo decirlo para que tenga algún efecto.

Mientras no aparezca el ingenio necesario, la actitud y el trabajo de muchos medios y también de la administración van en ese camino ciego e improductivo para los productores. En todo este recorrido lo que más duele es la apariencia de una complejidad ficticia, ya que los contenidos de los enunciados no aparecen por ninguna parte: todos esos recipientes llenos de nada necesitarían un emisor parecido a Max Headroom, ese monigote rubio y sonriente de la serie que hace cerca de treinta años emitiera TV3 en su época decente. No se puede ser más mediocre que cuando se quiere aparentar más de lo que se es a base de poesía y verborrea descontrolada.

Tampoco se trata de insultar al público con mensajes tipo telegrama. Uno puede pensar que al público sólo le llega un mensaje plano y sencillo, pero creo que también es capaz de percibir que lo demasiado plano y demasiado sencillo tampoco triunfa. Pasarse con la mediocridad en el mensaje nunca es el buen comienzo de nada, y suele convertirse en un final trágico.

A veces el exceso de entusiasmo provoca rechazo; parece militancia, supura interés, hace crecer las sospechas. Y entonces el que escucha no comparte tu desmesura. Sonríe por compromiso. No se cree una mierda de lo que dices, o peor aún, le importa un huevo.
Eso pasa cuando te pasas de positivo en el mensaje.

Tu chica te dice que la vida no es así, tus amigos te miran diciendo que estás como una puta cabra, tu familia se disfraza con narices y gafas de plástico con bigotes ridículos para que no se les reconozca…



Das vergüenza.

O bien se te ve el plumero: lo haces por pasta. Si es así, entonces, todo el mundo está dispuesto a callarse, si es cuestión de supervivencia. Pero yo me pregunto, de verdad, ¿por qué? ¿Callarse porque alguien se gane la vida mediante una forma larvada de prostitución? Proponer que trasmitir un mensaje siempre positivo equivale a hacer el gilipollas no creo que sea ninguna herejía: que la obligación de ganarse la vida no es suficiente excusa para actuar así, tampoco; pero lo que está más claro es que esa condición salta a la luz cuando otro consigue seguir vivo sin hacer la pelota.

Y es que a veces, la búsqueda soterrada y desesperada de la pasta a costa de la materia gris deja un sabor amargo, algo así como unas luces de neón que se te encienden en la frente con un solo texto intermitente: Gilipollas…. Gilipollas…. Gilipollas….

Por estar al margen de todo esto, supongo que nuestro espectáculo debe continuar, pero a veces no sé para qué, cada año más veces no sé para qué, al contrario de lo que debería ser: porque cada año las posiciones contrarias son, cada puto año, más cercanas en argumentos a las nuestras. Con todo, hay un matiz: los que más blasonan de pioneros están en el desarrollo argumental del primer o -siendo generoso- segundo año de la Guia, actuando sin embargo como si fueran vanguardia ideológica de la prensa internacional, pero conciliando su condición "puntera" con un mensaje siempre positivo, por supuesto.

Es de esperar que vayan evolucionando a medida que les vaya dando cuerda la meninge buena, que no las perjudicadas.

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