Lectors

lunes, 31 de marzo de 2014

Otra reunión inútil

Sentado, aparentando un interés inmenso, una empatía conmovedora, examina nuestro caso un asesor del gobierno para la materia concreta en la que siempre nos encuadran. Desde el principo de su monólogo me cuesta comprender que el destino de mis días de trabajo pueda acabar teniendo relación con este individuo tan comprensivo y próximo, menos aún si acaba por terminar diciendo que lo que propongo no tiene sentido sin dar siete pasos previos que me va a tomar cuatro años por lo menos llevar a cabo. En concreto, debemos iniciar los trámites para convertirnos en fundación sin ánimo de lucro: el coste, unos 30000 a fondo perdido, ademas del tiempo invertido y del resultado incierto. El arte del capote no es sólo cosa de los toreros, es evidente.

Evoluciona la reunión, cada vez más a un monólogo cada vez más explícito, cada vez más distante de la calidad y de los logros del trabajo hecho, cada vez más economicista, cada vez más mezquino.

Al final incluso sugiere que no tengo propuesta que hacer, que en el contexto actual no hay horizonte en estas circunstancias, y que es urgente que el marco legal cambie para que él se moje ni la punta del dedo gordo del pie. No está dispuesto a quemar cartuchos porque sí, acaba por afirmar completamente desmelenado, ya que no tiene demasiado crédito en el banco de favores y no quiere desperdiciarlo; todo ello con eufemismos que todo el mundo pueda siempre entender, a menos que el interlocutor sea imbécil patológico.



He perdido el tiempo. Nada de lo que se hizo o se entregó en el pasado sirve para el futuro. Noto que se me instala un gesto adusto en la cara, en las manos, en la mirada; él también, pero no quiere enfrentamientos, sólo pasarme el capote y que me largue de una puta vez. Noto también que el encargo que le hicieron desde arriba le dio por el culo sumamente, y que de entrada ya preparó el expediente para abrirlo y cerrarlo directamente en mi presencia, sin haberlo hojeado ni ojeado en ningún momento, ni siquiera para saber bien de qué o con quién coño hablaba.

He perdido el tiempo; él no. Él lo justifica cada mes mediante una retahíla inacabable de reuniones como ésta, inútiles por completo, especializado como está en decir que no, en ser el colon de la administración, aporreando, macerando y dando forma y consistencia al bolo para que salga de una vez del espacio que ocupa en forma de zurullo. Hay cola y hay que aligerar el proceso; no, no, no, no, no, es la consigna. Este aprovechado está cobrando de todos para idear la manera de negar cualquier cosa amablemente, dando largas muy explícitas que se parecen demasiado a aquel “vuelva usted mañana” que tiene casi doscientos años de historia.

Concluye, no sabe que sólo para sí. O sí lo sabe, pero no le importa. Es un político profesional, habituado a reunirse para nada, consciente de que el 95% de su trabajo es inútil a pesar de que el esfuerzo de los contribuyentes es el que le da el sustento cada final de mes. Concluye que valore su propuesta y decida lo que quiero hacer, pero diciendo, sin decir, algo parecido a "si no haces lo que yo te digo no moveré un dedo: y como no vas a hacer lo que yo te digo, aquí se acaba la historia". Me sugiere, a última hora, que en caso de volver a comenzar lo haga por el cauce reglamentario, quizá impelido por la voluntad inequívoca de quitárseme de encima para siempre más.

Salgo por la puerta, por el ano de la administración, con la sensación de haber sido algo tangible al entrar hace unos días para hablar con otro político mucho más amable y respetuoso; entonces era alimento que acababa de entrar, fresco y sabroso para llenar los despachos y las horas públicas y para justificar salarios inútiles. Se me instala una sensación de asco después de pensar que ese hombre no era sino el recto de un enorme aparato digestivo que convierte en excremento inservible todo lo que toca, para asegurarse de no tener que procesarlo nunca más: era el colon que machaca el detrito para convertirlo en hez, para formarla y colocarla justo antes del apretón, justo antes de deshacerse de ella diciéndole que en adelante utilice el cauce reglamentario y habitual para este tipo de trámites. Me consuelo pensando que yo me limpio con una simple ducha, pero que él, mañana, continuará aporreando, modelando mierda a cambio de dinero, para que sea reconocible y no la dejen entrar, en caso de que quiera volver a hacerlo por la misma puerta de nuevo. Según él dirá siempre, está trabajando para su país; pero no puedo evitar que me dé incluso pena, hediendo siempre desde la mañana hasta la tarde, amasando truño tras truño con codos y manos y uñas, conviviendo con el clásico olor a culo que nadie soporta.

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