Siempre que un
medio se acerca demasiado al poder me viene a la cabeza Dédalo, Ícaro, el
Boyero y el Sol, todos juntos, e identifico a unos y a otros con su ingenuidad
o con su alevosía.
El poder sólo
apoya si le va a servir de algo hacerlo. El poder aniquila el criterio, la
expresión libre de las ideas, el debate. El poder intenta meter a todo el mundo
en el mismo saco, siempre con la excusa de que es necesario “sumar”, aún a
riesgo de que para algunos sea una resta excesiva.
Por poder no debe
entenderse solamente el político, sino también el económico. En tiempos de
crisis, cualquier euro que entra es bienvenido con una reverencia de las que
acaban en lumbalgia, cediendo la línea editorial entera a cambio de unas
pesetillas. De nuevo el corto plazo, la urgencia y la inmediatez son los tres
árboles que no dejan ver a nadie el enorme bosque que hay justo detrás.
Lo peor es que
esta actitud de servilismo ha generado una percepción especial del mundo del
vino por parte de los medios generalistas. No es un tema que interese universalmente, así que algunas plataformas tipo magazine incluso aprovechan para programar secciones con las cuales facturar. Y por supuesto, los contenidos
son de esos que vale la pena olvidar de inmediato, por ser, siempre, más de lo
mismo. Quieren ver lo que el mundo del vino ha vendido, que no es otra cosa que lo que representa de manera impecable Vincent Price en este fragmento.
Acostumbrados a
un mensaje siempre positivo, no es bienvenida una versión más realista de las
cosas. Si la apuntas, a los 30 segundos te cortan, o el tema recién planteado
ya no se toca más en el curso del programa. De todas las ocasiones que hemos
ido a medios a hablar de vino catalán, recuerdo un par, como máximo, en que
pudimos expresar un porcentaje adecuado de nuestras propuestas e ideario. Lo
que sí preguntan siempre es cuál es el mejor vino…
Puestos a hacer otro paralelismo, nadie creyó la respuesta del mandatario iraní Ahmadinejad cuando se le preguntó por el colectivo homosexual en su país, al saltar la noticia al mundo de que eran perseguidos y encarcelados: “en nuestro país no tenemos este problema”, dijo. Siempre tajante, con su punto de vista sesgado y particular, pero cargado de cinismo. Y es que las afirmaciones categóricas sobre cualquier cosa no se sostienen nunca, las de nadie, sean de mayor o de menor alcance sus consecuencias.
Sin ánimo de dar
la misma importancia a una cosa que a la otra,
cuando una denominación de origen o la propia administración hacen
promociones genéricas de la calidad y diversidad del vino que se produce en
Catalunya, ¿no tiene el mismo formato que cualquier sentencia categórica del
corte de la anterior?
Seguro que los
propios emisores de estas promociones genéricas no se han percatado de que sus
propuestas están motivadas por el respeto a todos los productores, mucho más
que por el objetivo de cualquier campaña, que es obtener éxito mediático que se
traduzca en ventas: tampoco de que sus requisitos para idear los contenidos de
cualquier promoción son castradores para los resultados posibles; ni de que si
esto es así, el problema son ellos mismos, nunca el mercado que no escucha o no
tiene suficiente "cultura del vino". Particularmente esta última explicación es
la panacea para seguir por el mismo camino una y otra vez sin resultado, con la
excusa de que como se conseguirá que la gente escuche es transmitiendo la “cultura
del vino”. Me parto…
Seguro que no se
han dado cuenta de que un mensaje tan impenetrable como “todo es bueno, escoge
el que quieras”, conduce mucho más al escepticismo que al interés, como les
pasa a ellos mismos con el cinismo del iraní. Porque para el iraní,
sin embargo, la respuesta es clara: no se lo creen, dice un disparate. No
entiendo, sin embargo, que propongan acto seguido que lo importante es el contenido
y no el formato categórico e irreal en que se transmite. Me parece muy
infantil. Vale cualquier ejemplo en cualquier campo: si es ajeno al suyo, no se
lo creerán, pero luego reproducirán el formato de nuevo, a la primera ocasión
en que tengan que hacer promoción de lo propio.
El poder, el que
sea, tiene estas cosas. Su interés condiciona un mensaje y consigue que cada
esfuerzo que se hace, por el compromiso adquirido, caiga en saco roto al menos
en un 90% de su posible resultado, tan solo por un contenido que nace
determinado y que no motiva a nadie. Y mediatizando el mensaje propio y ajeno
mediante alguna clase de coerción más o menos encubierta, atrae a los medios como
moscas que van a la miel, que pierden las alas a una velocidad de vértigo al renunciar de antemano a su ideario o bien venderlo a cambio, todo lo más hoy en día, de presencia y apoyo
puntual; a condición de que el contenido sea pacífico y “sumador”, de que
cualquier voluntad crítica haya sido abortada de antemano.
Nada de todo esto
es una característica de éste momento, sino que es una constante. Y no sólo en
este sector del vino, sino en muchos otros.
Así que si
alguien quiere ejercer la libertad de opinión, debe escuchar el consejo de
Dédalo primero: No te acerques al Boyero, que te cortará las alas con su
espada, ni tampoco al sol, que fundirá la cera con la que las has pegado a tus
brazos.
Me alegro de
haber aprendido a volar a media altura. De estar al margen, al coste que sea.
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