Estos tiempos
piden paciencia. Paciencia con las razones, con las actitudes, con las
iniciativas. En particular estos tres últimos meses han sido la expresión
meridiana del marasmo, de la abulia, del miedo a respirar demasiado fuerte, no
vaya a ser que se acabe hasta el aire. Me río de la recuperación que se
anunciaba mediante arcángeles, como a la virgen, tanto como puedo.
Está todo en
letargo, hibernando como los osos, esperando una razón para despertar. Los que
no hemos querido ni siquiera pestañear, pendientes de cualquier oportunidad
para salir de este aburrimiento, hemos acabado dejando pasar cada semana para
hacer el balance oportuno. A veces algo, a veces poco, a veces nada.
Desde que empezó
esta crisis, entre los empresarios hay quien dice que no mueve ni un músculo
para no gastar más energía de la necesaria, y otros que es el momento de no
conservar casi nada de lo anterior, de apostar por los cambios, porque lo que
viene será distinto.
Pero en nuestro
sector había cambios que hacer, urgentes y profundos, y a la vuelta de estos
seis años han sido aceptados como necesarios en muchas ocasiones y muchos
lugares.
¿A qué esperan
muchos, que ahora aceptan como irremisibles los cambios que tienen que hacer en
la viña? Cuando acabe la crisis necesitarán tener sus medios en condiciones de
producir vinos adecuados a lo que el mercado demandará. Si en algún sector la
decisión entre convertirse en una garrapata o actuar está clara, es en el del
vino; es el momento de hacer cambios, de apostar.
¿Ha sido rentable
esperar a que el mercado les obligue a reaccionar? ¿No era suficiente un aviso
previo? ¿A la siguiente ocasión que alguien avise con años de antelación, harán
de nuevo como Pedro cuando vino el lobo?
Estamos trabajando
en ello, dicen…
Pero inmediatamente después, la excusa de
que la viña quiere muchos años para materializar los cambios no sirve ya. Ahora
con un injerto aéreo se cambia la variedad en dos cosechas, y se aprovecha la
edad de la viña anterior para obtener uvas de calidad, pero de variedades
adecuadas al entorno de producción.
El peligro de que
esto se pueda hacer de nuevo con cualquier excusa existe: por eso hay que dotar
a las Denominaciones de Origen de cierta fuerza, primero argumental y después
moral, para que estos cambios que les darán sentido se conviertan en sus
propias razones de ser.
Hay que salir al
paso de la miseria y cortarla de raíz. La mezquindad no sirve para combatirla,
hay que apostar para ganar. Puedes ganar o perder, pero al menos no te has
quedado acurrucado en un rincón, escondido con la cabeza gacha para que no te caiga una colleja en
cualquier momento. Es mejor
prepararse para esquivarlas mientras caminas.
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