Lectors

viernes, 10 de octubre de 2014

Es todo mucho. Es todo demasiado


Creo que a todos nos pasa lo mismo. Ahora mismo no podemos hacer nada para paliar una sensación cósmica de vergüenza ante la imagen que este país que nos ha tocado en suerte se esfuerza en dar de todos nosotros a la vez. La impotencia, al menos a mí, se me convierte en rabia; si tuviera poder, probablemente me convertiría en el Robespierre del siglo XXI, haría construir cárceles a toda prisa, porque las que hay no bastarían para encerrar a tanto hijo de puta.

Por eso me sonrojo cuando alguien que puede ser uno de los responsables de un delito de salud pública dice que no tiene ningún problema en dimitir porque tiene la vida resuelta: y es que es una afirmación muy gruesa, yo siempre pienso que cada mañana sale el sol y tengo dos manos y una cabeza. Eso es todo lo que hay, es bueno tenerlo en cuenta.

Últimamente, sin embargo, el rubor y la necesidad de bajar la cabeza, de contener la rabia ante tanta mezquindad no hace sino crecer. Desde el conocimiento profundo de la historia de este país, la lista de despropósitos, absurdos, agravios y atropellos es interminable. Y los últimos años confirman que no ha cambiado nada, en esencia. Que el espejismo de los últimos años sólo era un alud de dinero ajeno que todos se esforzaban a su vez en acaparar, sin pensar en que había que devolverlo. Y mientras iban pillando las migajas, mientras podían cambiarse el coche a menudo, la solución de las mismas carencias de siempre se había pospuesto. Al final, esa montaña de caspa añeja y sebosa que el mundo conoce como españa sigue siendo la misma.

No ha cambiado nada. Nada de nada.


Este país es una mierda. Hace quinientos años que lo es, y lo es más cuanto más presume de no serlo, pretencioso como es a través de sus gobernantes más inconsistentes. Sin embargo, el último dinero que llovía sin control nos había hecho creer que las cosas habían cambiado. Puede que ahora haya gente más formada, pero lo que está pasando deja muy claro que el fondo es el mismo de siempre. El primer indicador que confirma eso es que esa gente tan formada se tiene que largar a trabajar fuera.

Cosas como esa convencen a la mayoría de que no hay futuro posible, porque es evidente que si llueve dinero otra vez volveremos a ver Porsches y Mercedes, hipotecas prohibitivas, mucamas de cofia para cualquier cosa, mucha ostentación y tanto latrocinio como está saliendo ahora a la luz: pero nada más. Por debajo de toda esa mierda, el desierto. Seguro. Sólo hacía falta unos años de miseria para que se supiera que ha sido así hasta hoy, y ahora, encima, la guinda: la amenaza de una pandemia y la incompetencia de una gestión chapucera y tacaña, la vergüenza de volver a ver cómo el atraso mental sigue siendo endémico, carpetovetónico, instalado como siempre en la charanga, la pandereta, la peineta, el cid campeador, los Reyes Católicos, la tonadillera, la fiesta y el toro de Osborne. 

Hay que largarse de este estado cuanto antes. Es urgente, cada día un poco más.

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